sábado, 7 de noviembre de 2009

Historia de Juan

Esta historia llegó a nuestras manos el día de hoy, es un relato bastante interesante, ponemos un seudónimo porque esta persona deseo que se conserve anónima su identidad, es ya de avanzada edad. La pulimos de la mejor manera para su mejor deleite.

Siempre iba a pescar a ese arroyo, está cerca de casa, era tan relajante sentarme en la orilla y escuchar el susurro de las aguas chocando contra alguna piedra a lo lejos, me sumía en ese sonido. Siempre acompañado del vaivén de las hojas de los árboles, y el contoneo de sus ramas. Este deporte es sólo para gente con paciencia, hay que dejar todo de lado en el momento de tirar el anzuelo y esperar lo más pasivamente, la llegada de algún magnífico pez que aún se encuentre absuelto del conocimiento de la caña de pescar.
Nunca tenía apuro alguno en retirarme de aquel lugar, aún cuando ya no quisiese pescar, me quedaba un poco más allí sentado, hasta el atardecer. No sé a ustedes, pero a mí me encanta el atardecer, justo en el preciso momento donde el Sol asoma ya los últimos rayos, me invade un profundo sentimiento de nostalgia y melancolía, que me sume en un estado de quietud total.
Y bueno, era una tarde más cuando me encontraba en mi lugar habitual del arroyo, todo trascurría de lo más rutinario, siempre peleándome con el anzuelo para que agarre bien a la carnada. No imaginaba siquiera que ese día no sería uno más, pero también, como habría de imaginarmelo. Pasaban las horas, disfrutaba como siempre del viento, del sonido del agua, esperando ansioso el jalón de mi caña. Y fue justo en ese momento, aún no me iba, estaba allí sentado aguardando a algún pez, no había pescado nada esa tarde, y el Sol, cumpliendo rutinariamente su papel, lentamente recojía sus rayos, para dar paso a la noche, y cuando me encontraba ya casi sumido nuevamente en esa sensación de nostalgia, repentinamente me invadío otra extraña sensación, me sentía un tanto incómodo, algo no era normal; estaba allí sentado, pero no estaba sólo, me sentía observado, me levanté entonces de mi lugar y examiné lentamente a mi alrededor en busca de la fuente de mi inconciente inquietud, y fue ahí cuando lo ví.
Pasaron como diez minutos y yo seguía perplejo, sin poder mover mis piernas, sin pronunciar palabra, y ni aunque hubiese podido, no creo que se me ocurriese decir algo. Mis labios estaban secos, mis ojos ya casi rojos, de no parpadear, y permanecía aquello ahí; no tengo palabra o descripción para explicar lo que era, pero brillaba, estaba flotando como a un metro y medio de mí, a la altura de mi cabeza, permacía absolutamente sin movimiento al igual que yo. No sabía qué hacer, si correr, gritarle, tocarlo, llorar, cuando sentí que me desvanecía.
No sé cuanto tiempo transcurrió desde ese momento, pero aún no se hacía totalmente de noche, así que calculo como quince minutos, mire nuevamente a mi alrededor, ya no había nada, pero lo extraño es que ya no tenía miedo, me sentía mucho más tranquilo que mis momentos de nostalgia con el Sol. No tengo idea de lo que fue, pero lo que puedo afirmar es que no me hizo daño alguno, y me ayudo a abrir un poquito más la mente hacía las cosas que se privan de nuestra naturaleza, y permanecan alejadas.

1 comentario:

  1. Esta historia está genial!, encontré tu página desde el face, y nuevamente encontre el link de st site dentro de tu blog XD editas muy bien las historias, ya te mandare las mias.

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